sábado, 11 de enero de 2025

última mirada

 


Cuanto mayor se hace uno, más muertos conoce. Ellos siempre están cerca; los espíritus nos rodean. Esta sensación la describí en un relato. Llega el momento en que uno conoce a más personas muertas que vivas. Es el momento en el que uno mismo se acerca a la muerte. Me pregunto si me habría gustado reencontrarme con Harry aunque fuese en el sueño de otra persona. Creo que sí; tengo aún mucho que contarle. Otra cosa es que a él le apeteciera escuchar todo lo que quisiera decirle. Después de cada muerte, se nos acumulan las palabras nunca pronunciadas, que quedan atrapadas en una telaraña, los pensamientos que siguen en nuestra mente pero que nunca hemos manifestado, los recuerdos que seguimos conservando, los hechos sucedidos que ya no tienen vuelta atrás y que se presentan en los momentos más inesperados.

Cees Nooteboom

533 días

* ¿ Por qué es tan singular el momento de ser fotografiado?

jueves, 2 de enero de 2025

Algunos poemas...

 

QUIMERA


Nunca fuiste quien quisiste ser,

quien creías que eras.

El traje equivocado

en un mundo volcado.


Siempre has ido con la mentira,

la más antigua prometida, nunca creíste

que los dichos cercanos


son los más íntimos. Para ti era

más familiar la aparición

que el primer pensamiento,


tenías demasiado mundo, demasiado musgo

en tu estatua, estabas

con el libro que tú mismo no querías leer,


un hombre de carne que se volvió cal,

un ángel de sombra, solo,

y envuelto en el vacío oficio

de tu nombre.

                                                 Así pudo ser

Cees Nooteboom


Películas olvidadas


                                              Noche nupcial ( 1935) King Vidor

martes, 24 de diciembre de 2024

Los libros

 

  Con los libros abrimos toda una sucesión de pasados individuales, de voces singulares que ha superado el tiempo y el olvido. Y que, por ello, han conseguido la única forma de humana inmortalidad..

  La posibilidad de permanecer otorga al libro una vida especial. En el silencio de las bibliotecas, donde presentimos las voces que nuestro ojos pueden oír cada vez que el tiempo de cada ser se asocia con el tiempo apresado en la memoria de seas páginas, sentimos la presencia de una historia que soprepasa los latidos de cada historia personal. Es cierto que no todo lo que pensaron aquellos que nos precedieron en el fluir del tiempo ha quedado recogido en la escritura, pero basta el incalculable tesoro de lo ya escrito para percibir ese otro mundo que sobrepasa el pequeño círculo en el que, originariamente, está instalada nuestra solitaria, clausurada y tantas veces empobrecida individualidad.

  La escritura posada y materializada en las páginas de los libros es, pues, el tesoro más importante de la historia humana.

  Los libros, en el tiempo de las experiencias múltiples de quienes escribieron, encierran la vida de todas las ideas que la mente humana pudo apresar y universalizar desde la singular historia, desde la mirada individual de cada ser personal. Y eso sumerge al individuo en la compañía de unas formas de inagotables lenguajes.

  Con los libros abrimos, pues, toda una sucesión de voces singulares, de pasados individuales que, por ese medio, han logrado escapar al fluido uniforme de la temporalidad y liberarse de la claudicación que supone el saber que lo que hablamos se esfuma y diluye en unos instantes.

  Con los libros podemos alzarnos sobre el monótono palpitar de la conciencia alimentada solo por las presiones vitales de cada biografía. Por eso, cuando se ha pretendido el entontecimiento colectivo, el fanatismo, que tantas veces alcanza el dominio sobre los individuos indefensos, ante la miseria, la pobreza, el abandono y el desprecio, ha fomentado el analfabetismo real, o los sucedáneos que permiten los sutiles y mareantes vericuetos de la llamada sociedad de la información.. La escritura permitió que esas nuevas formas de realidad entrasen a convivir con nosotros y, sobre todo, a alimentar la vida intelectual y afectiva.

    Al pasar las páginas con nuestros dedos descubríamos una misteriosa posibilidad de acariciar el tiempo, de sentirnos identificados con aquella silenciosa voz que la vida ideal y real de nuestros ojos hacía, instante a instante, latido a latido, renacer.

  Por eso los  medios tecnológicos, las nuevas formas de presentar la escritura, jamás podrán suplantar esos objetos vivos, reales, que empiezan  a llenar el espacio de nuestras casas y a los que acudimos en esos momentos en que necesitamos escuchar, sentir, el tiempo pasado y las voces que nos lo hablan.

   Hay momentos de nuestra existencia en los que por la edad, por la posible pérdida de vigor o de entusiasmo, porque entrevemos que nuestro curso vital está ya en otro territorio, en un posible espacio  de la más o menos lograda madurez , descubrimos cómo son ellos, los libros, los que, paradójicamente, nos leen a nosotros mismos, los que nos instan a que volvamos a tomarlos en las manos, a descubrir aquel subrayado amarillento, aquella hoja doblada, aquel lomo deshilachado, aquella fecha, aquella dedicatoria- " tanto impulso que corre a mi destino, desemboca en tu mundo".

  Y nos leen porque al verlos en la estantería en la que reposan comprobamos que hace tiempo, años quizá, que no los tocamos, como si se hubiera alejado ya de nuestros intereses, y recordamos como en un horizonte neblinoso lo que en su momento nos dijeron, lo que nos enseñaron y aleccionaron. Ese mensaje que nos lanzan se engarza con la memoria imprecisa que tenemos de ellos y volvemos a leerlos, a enlazarnos de nuevo con su memoria y con la nuestra. Ese vínculo de amistad inalterable, esa amistad y amor que, con el lenguaje, es una de las pocas cosas por las que merece la pena vivir, nos sumergen en el infinito amor por los seres humanos, desde las palabras de aquellos que con sus obras nos hablaron para que aprendiéramos también a mirar el mundo y, de paso, a amistarnos con los sin voz.

EMILIO LLEDÓ. Los libros y la libertad



                                                      
                                                    El lector (2008)




                                                   La librería ( 2017)

sábado, 21 de diciembre de 2024

Muchas veces olvidamos que pensar es una forma, la más delicada y sutil, de ver.

 

Es difícil entender hoy lo que decimos cuando hablamos de cultura, sobre todo si pensamos, por ejemplo, en expresiones como "cultura de masas". Parece que estamos aceptando opiniones y conocimientos que no solo sostienen un cierto conformismo con la ignorancia, sino que, de paso, asumen la imposibilidad de salir de ella, como si un aciago destino imperara irremediablemente sobre amplios sectores de la sociedad.


La interpretación es una empresa que, en principio, no quiere decir otra cosa que la continuada y estimulante- deprimente, a veces- necesidad de saber quiénes somos, qué podemos hacer y cuáles son nuestros deberes para con nosotros mismos y para con los demás, tal como planteaba Kant en un famoso texto. No podemos estar en la vida sujetos al ritmo inerte en el que muchas veces nos sumergimos y en el que acabamos siendo incapaces de entender y entendernos. Esa incapacidad surge porque una serie de estímulos, repetidos a lo largo de los años, fruto de ideologías, entorpecimientos mentales, fanatismos e intereses, han levantado en nuestro cerebro grumos de opiniones en los que apoyamos nuestros comportamientos y con los que los justificamos.

   Es verdad que hay en el mundo que nos ha tocado vivir lagunas inmensas de ignorancia y miseria sobre las que apenas pueden liberarse las formas imprescindibles de humanización y progreso. Pero esas patologías sociales a las que millones de seres humanos nacen condenados no impiden que, además de luchar para hacer imposible esas situaciones, seamos capaces de descubrir, al mismo tiempo, ese horizonte de libertad que alcanzaron determinadas culturas fundadas en la curiosidad, en la inteligencia e interpretación de la realidad y en la rebelión ante todo aquello que agrumaba la capacidad de pensar.

  Entender e interpretar la vida y la sociedad fue una forma de reflejar el lenguaje en el que nacemos y con el que se forja nuestra persona. Una necesidad, pues, de liberación de la mirada habitual sobre el mundo y, especialmente, sobre el lenguaje que nos lo dice. Alguna vez se ha escrito que, más que entre un mundo de cosas, nacemos en un mundo de significaciones. Y esas significaciones nos "destinan" ya a un universo de sentidos, de hábitos mentales, de actitudes y comportamientos.

  El fundamento del existir no solo consiste en asumir nuestra maravillosa condición carnal, por muy efímera que sea, sino en rebelarnos ante la condición cultural que puede transformarse en naturaleza a su vez, pero no naturaleza como libertad, idealidad, creatividad, sino en naturaleza coagulada y paralizada en opiniones y falsificaciones. El mundo mental que nos habita y que es principio de liberación puede transformarse, así, en encierro y alienación.  Precisamente porque la cultura es invento de los seres humanos y por ello tiene que estar continuamente en un proceso de crítica, de reflexión y de creación no se debe aceptar esa inercia que nos cosifica y anula, que nos "naturaliza" en el peor sentido de la palabra. Quiero decir que hace de la libertad que crea y forja el mundo de la cultura un organismo coagulado ya en comportamientos mecánicos, en respuestas monocordes donde predominan prejuicios, grumos mentales y todo ese aparato de reflejos condicionados que determinados poderes políticos y económicos, los medios de comunicación, la "mala educación", son capaces de engendrar.

EMILIO LLEDÓ. Los libros y la libertad.


Recomendaciones para la Navidad:


                                            Los que se quedan ( 2023)

martes, 17 de diciembre de 2024

 




1. LA ERA DE LA ANSIEDAD


Según todas las apariencias externas, la vida es una chispa luminosa entre dos oscuridades eternas. Tampoco el intervalo entre esas dos noches es un día sin nubarrones, pues cuanto más capaces de experimentar placer, tanto más vulnerables somos al dolor y, ya sea en segundo término o en primer  plano, el dolor siempre nos acompaña. Nos hemos convencido de que la existencia  vale la pena por la creencia de que hay algo más que las apariencias externas, que vivimos para un futuro más allá de la vida presente, puesto que el aspecto exterior no parece tener sentido. Si vivir es acabar con dolor, falta de integridad y el regreso a la nada, parece una experiencia cruel y fútil para unos seres que han nacido con la capacidad de razonar, abrigar esperanzas, crear y amar. El hombre, ser juicioso, quiere que su vida tenga sentido, y le cuesta trabajo creer que lo tiene a menos que exista un orden externo y una vida eterna tras la experiencia incierta y momentánea de la vida mortal.

  Quizá no se me perdone que presente temas serios con una disposición frívola, pero el problema de encontrar sentido al caos aparente de la experiencia me recuerda mi deseo infantil de enviar a alguien un paquete de agua por correo. El destinatario quita el cordel y desencadena un pequeño diluvio sobre su regazo. Pero el juego nunca sería efectivo, dado que es irritantemente imposible envolver y atar medio litro de agua en un paquete de papel. Hay tipos de papel que no se deshacen cuando está húmedos, pero el problema estriba en lograr que el agua adopte una forma manejable y en atar el cordel sin  que el bulto reviente.

  Cuanto más estudiamos las soluciones que se han intentado aplicar a los problemas en política y economía, arte, filosofía y religión, más aumenta nuestra impresión de que esa gente extremadamente dotada está aplicando de un modo inútil su ingenio a la tarea imposible y fútil de empaquetar el agua de la vida, haciendo unos paquetes pulcros y permanentes.

  Hay muchas razones por la que esto debería ser especialmente evidente a quienes vivimos hoy. Sabemos mucho de historia, de todos los paquetes que sed han atado y que en su momento se han deshecho. Conocemos con mucho detalle los problemas de la vida que se resisten a una simplificación fácil y que parecen más complejos y amorfos que nunca. Además, la ciencia y la industria han aumentado den tal modo el ritmo y la violencia de la vida, que nuestros paquetes parecen deshacerse con mayor rapidez cada día que pasa.

  Tenemos, pues, la impresión de vivir en una época de inseguridad desusada. En los últimos cien años se han perdido numerosas tradiciones que estuvieron en vigor durante mucho tiempo: tradiciones de vida familiar y social, de gobierno, del orden económico y de creencias religiosas. A medida que transcurren los años, parece que cada vez hay menos rocas a las que podamos agarrarnos, menos cosas que podamos considerar como absolutamente correctas y ciertas, fijadas para siempre.

  Para ciertas personas esto representa una liberación de las trabas dogmáticas, morales, sociales y espirituales. Para otros es una ruptura peligrosa y temible con la razón y la cordura, y tiende a sumir la vida humana en un caos irremediable. Para la mayoría,  quizá, la sensación inmediata de liberación procura un breve alborozo, seguido por la ansiedad más profunda; pues si todo es relativo, si la vida es un torrente sin forma ni objetivo en cuya corriente nada absolutamente, excepto el mismo cambio, puede durar, parece ser algo en lo que no hay "futuro" y, por ende, no hay esperanza.

  Los seres humanos parecen ser felices sólo mientras tengan un futuro a la vista, ya sea el bienestar de mañana mismo o una vida eterna más allá de la tumba. Por diversas razones, cada vez son más las personas a las que les resulta difícil creer en esto último. Por otro lado, el futuro de bienestar inmediato tiene la desventaja de que cuando llegue ese mañana, es difícil disfrutarlo plenamente sin  alguna promesa de que habrá más. Si la felicidad siempre depende de algo que esperamos en el futuro, estaremos persiguiendo una quimera que siempre nos esquiva, hasta que el futuro, y nosotros mismos, se desvanece en el abismo de la muerte.

  En realidad, nuestra época no es más insegura que cualquier otra. La pobreza, la enfermedad, la guerra, el cambio y la muerte no son nada nuevo. En los mejores tiempos, la "seguridad" nunca ha sido más que temporal y aparente...


Alan Watts. La SABIDURÍA de la INSEGURIDAD. Mensaje para una era de ansiedad.

* el misterio de la vida no es un problema a resolver, sino una realidad a experimentar.

martes, 29 de octubre de 2024

 



                                                                SOCIEDAD DE LA INDIGNACIÓN


Las olas de indignación son muy eficientes para movilizar y aglutinar la atención. Pero en virtud de su carácter fluido y de su volatilidad no son apropiadas para configurar el discurso público, el espacio público. Para esto son demasiado incontrolables, incalculables, inestables, efímeras y amorfas. Crecen súbitamente y se dispersan con la misma rapidez. En esto se parecen a las smart mobs ( multitudes inteligentes). Les faltan la estabilidad, la constancia y la continuidad indispensables para el discurso público. No pueden integrarse en un nexo estable de discurso. Las olas de indignación surgen con frecuencia a la vista de aquellos sucesos que tienen una importancia social o política muy escasa.

 La sociedad de la indignación es una sociedad del escándalo. Carecen de firmeza, de actitud. La rebeldía, la histeria y la obstinación características de las olas de indignación no permiten ninguna comunicación discreta y objetiva, ningún diálogo, ningún discurso. Ahora bien, la actitud es constitutiva para lo público. Y para la formación de lo público es necesaria la distancia. Además, las olas de indignación muestran una escasa identificación con la comunidad. De este modo, no constituyen ningún nosotros estable que muestre una estructura del cuidado conjunto de la sociedad. Tampoco la preocupación de los llamados " indignados" afecta a la sociedad en conjunto; en gran medida, es una preocupación por sí mismo. De ahí que se disperse de nuevo con rapidez.

  La actual multitud indignada es muy fugaz y dispersa. Le falta toda masa, toda  gravitación, que es  necesaria para acciones. No engendra ningún futuro.


BYUNG-CHUL HAN

EN EL ENJAMBRE


jueves, 28 de marzo de 2024

 

Cuando digo que pienso en todo lo que no he hecho,

¿ cuál es en realidad el contenido de esos pensamientos?


Fortuna. Hernán Díaz




 ¿ Olvidar?

  Nos movemos en el tiempo como dentro de una agua. Como dentro de una agua que nos gasta. Cuando salimos de ella, ya no somos. A ese desgaste lo llamamos vida. La vida quizá sea, sobre todo, olvidar: sustituir, mirar hacia otro lado, distraernos en estricto sentido, avanzar, mudar de sitio, mudar de amor, irnos muriendo poco a poco. " Olvidar, qué imposible", pensamos con frecuencia. " La abrasadora boca del olvido,/ que duele allí donde el dolor termina" escribimos una tarde andaluza. Hay heridas que deberían ser de piedra; heridas que querríamos perdurables. Pero, no. La vida consiste en un arduo equilibrio entre el recuerdo y el olvido. El que conscientemente se propone no olvidar, inconscientemente ya ha comenzado a hacerlo." Se me olvidó que te olvidé,/ a mí, que nada se me olvida". Cuánto vaivén el de esta marejada. Cuando intentamos recordar, ya no es posible. Volvemos a un paisaje donde fuimos un momento felices. ( El paisaje, infinito, y el corazón, pequeño. " Ésta es tu casa". La escarcha blanqueaba las laderas del amanecer y su rostro, que no había dormido. Nos observaba, aprobando, el hermoso mundo a nuestro alcance. Yo temblaba de amor y de frío. Salpicaba el paisaje con los besos restantes, por no desperdiciarlos: su boca era demasiado menuda para tantos.) Volvemos para recordar, y allí está todo: el ventanal, las laderas, los abetos, la escarcha, hasta los besos. Todo, menos nosotros. Buscamos el momento, no el paisaje. Buscamos lo que fuimos, y no acude a la cita. Aquel momento huyó: no sabe/no contesta. El amante suele dejar de amar, pero no deja de amar nunca el momento en que amó: ese momento que no existe. Le urge encontrarlo entre cartas, atardeceres, gestos, ropa interior, palabras. Imposible. Y revuelve nervioso el equipaje. No; se extravió en alguna parte, por descuido quizá, o se lo robaron. El tiempo en el que amamos nos olvidó. Todo en nosotros es irrecuperable. 


Un día más

  ¿ Qué necesitaremos para convertir en inconfundible un día; para hacerlo destacado y distinto de los otros, que se apilan en la niebla común de nuestra vida? ¿ Que sea el primero, o el último?¿ Que se consagren en él el amor o la dicha inolvidables? Un día tras  otro esperamos que suceda algo grande; algo que señale con piedra blanca y decisiva una fecha; algo que subraye con un círculo fosforescente una cifra de nuestro mediocre calendario. Sin embargo, lo más grande que nos sucede y nos sucederá es la vida. Sobre ella, como sobre una mesa transparente, depositamos objetos, posesiones, sentimientos, anhelos: cosas bellas o feas, pero cosas al fin. Sin la mesa, todo sería añicos. En la vida, el camino vale más que la posada. Todavía más: el camino es la posada. Pero nosotros nos esforzamos en conducir la vida, en comprimirla, en trocearla, en sacarle partido - el nuestro, tan pequeño, tan distante del suyo ( desconocido y probablemente misterioso y sencillo lo mismo que el verano)- Nosotros procuramos transformar la vida en instrumento, cuando ella es lo absoluto: ella es su propio fin, no un medio nuestro. Porque no somos, sino unos inquilinos en precario, continuamente a dos dedos del desahucio...


ANTONIO GALA. Reflejos de una vida


Una película que merece la pena recordar, The Straight Story (1999)