martes, 18 de abril de 2017

Estar vivo


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Me quieres. Estás segura.
No temeré equivocarme.
No me despertaré engañada
una sonriente mañana
para descubrir que la luz del sol
ha desparecido,
que los campos están desolados,
¡ y que mi amada se ha ido!

No debo inquietarme. Estás segura.
Nunca llegará esa noche
en que, asustada, corro a casa, a tu lado,
y encuentro las ventanas oscuras,
y que no está mi amada.
¿ Estás segura? ¿ Nunca llegará?

Asegúrate de que estás segura.
Sabes que lo soportaré mejor ahora,
si me lo dices así,
que si, cuando la herida haya curado,
en este dolor que tengo,
me hieres otra vez más.




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Mirar en la cajita de ébano, con devoción,
cuando los años han pasado,
sacudiendo el aterciopelado polvo
que los veranos han posado.

Levantar una carta hacia la luz,
oscurecida ahora, con el tiempo;
repasar las palabras desvaídas que,
como el vino, un día nos alegraron.

Tal vez, encontrar entre sus cajoncillos
la arrugada mejilla de una flor,
recogida hace mucho, una mañana,
por una galante mano desaparecida.

Un rizo, quizás, de frentes
que nuestra constancia olvidó;
tal vez, un antiguo adorno
de una moda que ya pasó.

Y después, dejarlos reposar de nuevo,
y olvidarnos de ellos,
como si la cajita de ébano
no fuera asunto nuestro.





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Yo no soy nadie. ¿ Quién eres tú?
¿ También tú no eres nadie?
¡ Entonces y somos dos!
¡ No lo digas! Lo pregonarían, ya sabes.

¡ Qué aburrido ser alguien!
¡ Que ordinario! Estar diciendo tu nombre,
como una rana, todo el mes de junio,
a una charca que te contempla.




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No puedo estar sola,
pues me visitan multitudes;
incontables visitantes
que irrumpen en mi cuarto.

No tienen ropas, ni nombres,
ni tiempo, ni país;
tienen casas compartidas,
como los gnomos.

Su llegada puede ser anunciada
 por mensajeros, en lo interior;
su partida, no,
pues nunca se marcha.




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¡Cuántas flores mueren en el bosque
o se marchitan en la colina
sin el privilegio de saber
que son hermosas!

¡Cuántas entregan su anónima semilla
a una brisa cualquiera,
ignorantes del cargamento escarlata
que a otros ojos lleva!





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El viento llamó con golpecitos,
como un hombre cansado.
Y, como una anfitriona, yo
contesté resuelta " Entra".
Entró entonces en mi habitación.


Un veloz convidado, sin pies,
a quien ofrecer una silla
era tan imposible
como ofrecer un sofá al aire.

No tenía huesos que lo sostuvieran.
Su hablar era como la arremetida
de numerosos colibríes a la vez,
desde un fabuloso arbolillo.

Su apariencia, la de una ola.
Sus dedos, al pasar,
producían una música, como melodías
que salían trémulas de un cristal.

Hizo la visita, también revoloteando;
luego, como un hombre tímido,
dio de nuevo unos golpecitos, de forma presurosa;
y yo me quedé sola.




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Temo a la persona de pocas palabras.
Temo a la persona silenciosa.
Al sermoneador, lo puedo aguantar;
al charlatán, lo puedo entretener.

Pero con quien cavila
mientras el resto no deja de parlotear,
con esta persona soy cautelosa.
Temo que sea una gran persona.





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¡Qué bueno regresar a mis libros!
- término de los fatigados días-.
Casi compensa la abstinencia,
y el dolor se olvida con el placer.

Como aromas que confortan a los invitados
en el banquete, mientras esperan,
esta fragancia aligera el tiempo hasta que llego
a mi pequeña biblioteca.

Puede haber desolación afuera,
lejanos pasos de hombres que padecen,
pero la fiesta suprime la noche
y hay campanas, interiormente.

Doy las gracias a estos Parientes del Estante.
Sus caras apergaminadas
nos enamoran mientras esperamos,
y nos satisfacen al alcanzarlas.





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Estar vivo es tener poder.
La existencia, por sí misma,
sin más aditamentos,
es suficiente poderío.

Estar vivo y desear
es ser poderoso como un dios.
Aquel que, siendo mortal,
tal cosa consiguiera,
sería nuestro Creador.






Emily Dickinson. El viento comenzó a mecer la hierba. Nordicalibros
Ilustraciones de Sylvia Plath