LA
PRINCESA
PROMETIDA
¿ Quién puede saber cuándo va a cambiar su mundo? ¿ Quién es capaz de decir antes de que ocurra, que todas las experiencias anteriores, todos los años pasados, fueron una preparación para... nada? Imaginaos lo siguiente; un anciano casi analfabeto que lucha con un idioma enemigo, un niño casi exhausto que lucha contra el sueño. Y entre ambos sólo las palabras de otro extranjero, traducidas con dificultad de los sonidos nativos de otra lengua. ¿ Quién podía sospechar que por la mañana ese niño se despertaría siendo distinto? De lo único que me acuerdo es de que traté de vencer la fatiga. Incluso al cabo de una semana no me había dado cuenta de lo que había comenzado aquella noche, de las puertas que se cerraban de golpe mientras otras se abrían. Tal vez debí haber intuido algo, o tal vez no; ¿ quién puede presentir la revelación en el aire?
Lo que ocurrió fue simplemente esto: la historia me enganchó. Por primera vez en mi vida, sentía un interés activo por un libro. Yo, el fanático de los deportes; yo, el enloquecido de los partidos; yo, el único niño de diez años de Illinois que odiaba el alfabeto pero que quería saber qué ocurría después.
¿ Qué fue de la hermosa Buttercup y del pobre Westley y de Íñigo, el más grande espadachín de la historia mundial? ¿ Y cuán fuerte era en realidad Fezzik? ¿ Tendría límites la crueldad de Vizzini, el endiablado siciliano?
Todas las noche mi padre me leía un capítulo tras otro, luchando siempre para que las palabras sonaran correctamente, para atrapar el sentido. Y yo yacía allí tumbado, con los ojos entrecerrados, mientras mi cuerpo recorría lentamente el largo camino que le devolvería las fuerzas. Como ya he dicho la convalecencia duró aproximadamente un mes, y en ese tiempo, mi padre me leyó dos veces la princesa prometida. Aunque podía leer yo solo, este libro
era suyo. Jamás se me habría ocurrido abrirlo. Quería escucharlo con la voz de mi padre, con sus sonidos. Más tarde, incluso muchos años más tarde, en ocasiones solía decir: ¿ qué tal si me lees el duelo que Íñigo y el hombre de negro sostienen en el acantilado?. Y mi padre acostumbraba a gruñir y mascullar, se iba a buscar el libro, se humedecía el pulgar con la lengua, y volvía las páginas hasta que empezaba la fantástica batalla. Me encantaba. Incluso hoy, cuando necesito evocar el recuerdo de mi padre, así es como lo hago. Y lo veo encorvado, esforzando la vista y deteniéndose ante una palabra difícil, tratando de ofrecerme la obra maestra de Morgenstern lo mejor que podía. La princesa prometida le pertenecía a mi padre.
Todo lo demás era mío.
- Os toca adivinar a vos- dijo-, ¿ Dónde está el veneno?
- ¿ Adivinar? - gritó Vizzini-. Yo no adivino. Pienso. Discurro. Deduzco. Y luego decido. Pero nunca adivino.
- La lucha de ingenio ha comenzado- anunció el hombre de negro...
Sé que no espero que esto le cambie la vida a nadie como me la cambió a mí. Pero si nos fijamos en las palabras del subtítulo _ " amor verdadero y grandes aventuras"_, yo creí en eso en cierta ocasión. Pensé que mi vida iba a seguir por esos derroteros. Rogaba porque fuera así. Está claro que no lo fue, pero no creo que todavía existan grandes aventuras. Hoy en día no hay nadie que desenvaine la espada y grite: " Hola, me llamo Ínigo Montoya. ¡ Tú mataste a mi padre; disponte a morir!"
Y del amor verdadero también os podéis olvidar. Yo ya no sé si hay algo que quiera de verdad, más allá del bistec de Peter Luger´s y la enchilada de El Parador ( Perdóname, Helen.)
En fin, he aquí la versión de las "partes buenas". S Morgenstern escribió el libro. Y mi padre me lo leyó. Y ahora os lo ofrezco a vosotros. lo que hagáis con él tendrá, para todos nosotros, algo más que un interés efímero.
Nueva York,
diciembre de 1972
WILLIAM GOLDMAN