jueves, 26 de marzo de 2020
el perdedor
Predicó en el desierto y murió solo.
Simón Rodríguez, que había sido maestro de Bolivar, anduvo medio siglo por los caminos de América, a lomos de mula, fundando escuelas y diciendo lo que nadie quería escuchar.
Un incendió se llevó casi todos los papeles. Éstas son algunas de las palabras que sobrevivieron.
* Sobre la independencia: somos independientes, pero no libres. Hágase algo por unos pobres pueblos que han venido a ser menos libres que antes. Antes tenían un rey pastor, que no se los comía sino después de muertos. Ahora se los come vivos el primero que llega.
* Sobre el colonialismo mental: La sabiduría de Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son, en América, dos enemigos de la libertad de pensar. Nada quieren las nuevas repúblicas admitir, que no traiga el pase... ¡ Imiten la originalidad, ya que tratan de imitar todo!
* Sobre el colonialismo comercial: Unos toman por prosperidad el ver sus puertos llenos de barcos... ajenos, y sus casas convertidas en almacenes de efectos... ajenos. Cada día llega una remesa de ropa hecha, y hasta de gorras para los indios. En breve se verán paquetitos dorados, con las armas de la corona, conteniendo greda preparada por un nuevo proceder, para los muchachos acostumbrados a comer tierra.
*Sobre la educación popular: Mandar recitar de memoria lo que no se entiende, es hacer papagayos. Enseñen a los niños a ser preguntones, para que se acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos. Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra.
EDUARDO GALEANO. ESPEJOS
lunes, 23 de marzo de 2020
la memoria
Esta hora de la tarde, que para los creyentes es la hora del examen de conciencia, es dura para el prisionero o el exiliado que no tiene que examinar más que el vacío. Quedaban un momento suspendidos de ella, después volvían a la atonía y se encerraban en la peste.
Ya quedaba explicado que todo consistía en renunciar a lo que había en ellos de más personal. Mientras que en los primeros tiempos de la peste eran heridos por una multitud de pequeñeces que contaban mucho para ellos y nada para los otros, y hacían así la experiencia de la vida personal, ahora, por el contrario, no se interesaban sino en lo que interesaba a los otros, no tenían más que ideas generales y su amor mismo había tomado para ellos la fisonomía más abstracta. A tal punto estaban abandonados a la peste que a veces les sucedía no esperar sino en su sueño y se sorprendían pensando: ¡ Los bubones y acabar de una vez!. pero, en verdad, ya estaban dormidos; todo aquel tiempo fue como un largo sueño. La ciudad estaba llena de dormidos despiertos que no escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que, por la noche, su herida, en apariencia cerrada se habría bruscamente. Y despertados por ella con un sobresalto, tanteaban con una especie de distracción sus labios irritados, volviendo a encontrar en un relámpago su sufrimiento, súbitamente rejuvenecido, y, con él, el rostro acongojado de su amor. Por la mañana volvían a la plaga, esto es, a la rutina.
Pero, se dirá, esos separados, ¿ que aspecto tenían? Pues bien, no tenían ningún aspecto particular. O si se quiere, tenían el mismo aspecto de los demás, un aspecto enteramente general. Compartían la placidez y las agitaciones pueriles de la ciudad. Perdían la apariencia del sentido crítico adquiriendo la apariencia de la sangre fría. Se podía ver, por ejemplo, a los más inteligentes haciendo como que buscaban, al igual que todo el mundo, en los periódicos o en las emisiones de radio, razones para creer en un rápido fin de la peste, para concebir esperanzas quiméricas o experimentar temores sin fundamento ante la lectura de ciertas consideraciones que cualquier periodista había escrito al azar, bostezando de aburrimiento... La peste había suprimido las tablas de valores. Y esto se veía, sobre todo, en que nadie se preocupaba de la calidad de los trajes ni de los alimentos. Todo se aceptaba en bloque.
Podemos decir, para terminar, que los separados ya no tenían aquel curioso privilegio que al principio los preservaba. Habían perdido el egoísmo del amor y el beneficio que conforta. Ahora, al menos, la situación estaba clara: la plaga alcanzaba a todo el mundo... Nuestro amor estaba siempre ahí, sin duda, pero sencillamente no era utilizable, era pesado de llevar, inerte en el fondo de nosotros mismos, estéril como el crimen o la condenación. No era más que una paciencia sin porvenir y una esperanza obstinada. Y desde este punto de vista, la actitud de algunos de nuestros conciudadanos era como esas largas colas en los cuatro extremos de la ciudad, a la puerta de los almacenes de los productos alimenticios. Era la misma resignación y la misma longanimidad a la vez ilimitada y sin ilusiones.
- ¿ Cree usted en Dios, doctor?
También esta pregunta estaba formulada con naturalidad. Pero Rieux titubeó.
- No, pero eso ¿ qué importa? Yo vivo en la noche y hago por ver claro.
¿ No es cierto, puesto que el orden del mundo está regido por la muerte, que acaso es mejor para Dios que no crea uno en Él y que luche con todas sus fuerzas contra la muerte, sin levantar los ojos al cielo donde Él está callado?
-Sí - asintió Tarrou-, puedo comprenderlo. Pero las victorias de usted serán siempre provisionales, eso es todo.
Rieux pareció ponerse sombrío.
- Siempre, ya lo sé. Pero eso no es una razón para dejar de luchar.
- No, no es una razón. Pero me imagino, entonces, lo que debe de ser una peste para usted.
- Sí- dijo Rieux-, una interminable derrota.
Tarrou se quedó mirando un rato al doctor, después se levantó y fue pesadamente hacia la puerta.
Rieux le siguió. Cuando ya estaba junto a él, Tarrou, que iba como mirándose los pies, le dijo:
- ¿ Quién le ha enseñado a usted todo eso, doctor?
La respuesta vino inmediatamente.
- La miseria.
LA PESTE. ALBERT CAMUS
domingo, 22 de marzo de 2020
Otro tiempo vendrá distinto a éste
Y alguien dirá:
< hablaste mas. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas>.
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
YO MISMO
Yo mismo
me encontré frente a mí en una encrucijada.
Vi en mi rostro
una obstinada expresión, y dureza en los ojos, como
un hombre decidido a cualquier cosa.
el camino era estrecho, y me dije.
< Apártate, déjame
paso,
pues tengo que llegar hasta tal sitio>.
Pero yo no era fuerte y mi enemigo
me cayó encima con todo el peso de mi carne,
y quedé derrotado en la cuneta.
Sucedió de tal modo, y nunca pude
llegar a aquel lugar, y desde entonces
mi cuerpo marcha solo, equivocándose,
torciendo los designios que yo trazo.
EL RECUERDO
Si fuese débil, si
me abandonase a tu canto un solo instante,
no podría
desasirme ya nunca de tus redes
y me debatiría,
inmóvil en tu centro,
los siglos o las horas que aún me quedan.
Te oigo a lo lejos,
hablas
de cosas que también están lejanas,
pero no escucho,
cierro mis oídos,
y miro el mar, el cielo, las gaviotas,
con toda la atención puesta en su vuelo,
con toda el alma sobre su aventura.
No tienes fuerzas para retenerme,
pero
cada vez que te oigo a pesar mío,
vacilo
y siento
el deseo de acostarme
sobre la arena blanca de la playa
y llorar escuchando tus historias
que empiezan de mil modos diferentes
para llegar al mismo
final
siempre:
< el hombre, solo, frente al mar, por último...>
FINALMENTE
Al final de la vida,
no sin melancolía,
comprobamos
que, al margen ya de todo,
vale la pena.
Poco de lo restante prevalece.
Ángel González. Palabra sobre palabra
Suscribirse a:
Entradas (Atom)