" Había dejado de llover y las últimas y gruesas gotas se deslizaban en brillantes arroyuelos que zigzagueaban por el cristal de la ventana. Las nubes se estaban abriendo y, al inclinarme apenas hacia delante para mirar el cielo, sorprendí un claro de un puro azul otoñal, el azul que amaba Poussin, vibrante y delicado, y a pesar de todo mi corazón se aligeró, como siempre sucede cuando el mundo abre de par en par su inocente mirada azul. Creo que la pérdida de mi capacidad de pintar, llamémoslo así, se debió en gran medida a mi creciente, irresistible y finalmente fatal admiración por aquel mundo, me refiero al mundo objetivo y cotidiano de las cosas simples. Nunca habían sido objeto de mi atención, pues mi propósito era captar su esencia, que yo sabía que se encontraba allí, profundamente escondida, pero al alcance de cualquiera con la determinación y lucidez necesarias para llegar hasta ella. Yo era un hombre que acude a la estación de tren a recoger a su amada y se apresura entre los pasajeros que descienden, esquivándolos mientras mueve la cabeza, pues no desea ver otro rostro que el amado. No me malinterpretéis, no era el espíritu lo que buscaba, las formas ideales euclidianas; no, nada de eso. La esencia es sólida, tan sólida como las cosas de las que es esencia. Pero es esencia. Cuando mi crisis empezó a agravarse, no tardé en reconocer y aceptar lo que me parecía la sencilla y evidente verdad, a saber, que no existe tal cosa como la cosa-en-sí, tan solo manifestaciones de las cosas el remolino generador de causa y efecto. ¿ Discrepáis?, esperé con pose desafiante, la mano en la cadera, a una multitud de objetores imaginarios. Intentad aislar la famosa cosa-en-sí, a ver qué lográis. Adelante, golpead esa piedra, lo único que conseguiréis será lastimaros el pie. Nada me hará cambiar de opinión. ¡ No existe la cosa-en-sí, tan solo sus manifestaciones! Aquel era mi lema, mi manifiesto, mi ...- disculpadme-, mi estética. A qué aprieto me llevó, pues ¿ qué podía pintar ya sino las cosas tal como se presentaban ante mí: imperturbables, impenetrables, inevitables? La abstracción no resolvía el problema. Lo intenté y comprobé que se trataba de un mero juego de manos; aún más, un sencillo truco mental. Y así, lo inexpresable se impuso, se abrió camino hasta ocupar toda mi visión y mostrarse con tanda solidez como si fuese real. Me di cuenta de que, al intentar atravesar la superficie para llegar al corazón, a la esencia, había pasado por alto que es en la superficie donde reside la esencia; y de nuevo me encontré de vuelta en el principio. Así que era el mundo, el mundo en su totalidad, lo que debía abordar. Pero el mundo es resistente, vive de espaldas a nosotros en alegre comunión consigo mismo. El mundo no nos permite entrar en él.
No me malinterpretéis, mi objetivo no era reproducir el mundo, ni tan siquiera representarlo. Las obras que pintaba eran concebidas como entes autónomos, entes que coincidieran como los entes del mundo, cuya díscola coseidad tenía que ser controlada de alguna manera. A eso se refería Freddie Hyland, lo supiera o no, cuando me habló de la introspección que había captado en aquellos apresurados dibujos míos. Yo estaba luchando por apoderarme del mundo y transformarlo, hacer algo nuevo con él, algo vivido y vital, desdeñando la esencia. Una boa constrictor, eso era yo, con la gigantesca boca abierta y tragando lenta, muy lentamente, esforzándome en tragar, atragantándose con semejante magnitud. La pintura, como el robo, era un infatigable afán de posesión y yo fracasaba sin cesar. Robar los bienes ajenos , pintarrajear escenas, amar a Polly: al final era todo lo mismo.
Pero ¿existe ese mundo? ¿ Lo que aquí he llamado mundo? Tal vez el hombre en la estación de tren corre en busca de alguien que nunca llegará, que siempre será el distante ser amado, una imagen creada por él, una imagen que vive en su interior y que él intenta identificar, lo intenta y fracasa, con la imagen de la persona que, para empezar, nunca subió al tren.
¿ Comprendéis mi conflicto? Lo expondré de forma más sencilla: el mundo exterior, el mundo interior y entre ambos el abismo insalvable, infranqueable. Me rendí. Mi gran culpa, la mayor, es haber perdido la esperanza.
El dolor, el dolor del artista-ladrón, clava su aguijón en mi corazón estéril."
John Banville. La guitarra azul
P. Picasso. El guitarrista ciego. (1903)
I
El hombre inclinado sobre su guitarra,
Un pobre sastre. El día era verde.
Dijeron: «Tienes una guitarra azul;
No tocas las cosas como son».
El hombre replicó: «Las cosas como son
Cambian en la guitarra azul».
Entonces le dijeron: «Tócanos un aire
Más allá de nosotros, que sea nosotros mismos,
Un aire en la guitarra azul
De las cosas exactamente como son».
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XV
¿Es este lienzo de Picasso, este «tesoro
De destrucciones», un cuadro de nosotros mismos,
Ahora, una imagen de nuestra sociedad?
¿Pondré, achatado, un limpio huevo en pie,
Asiendo en un adiós una lunar cosecha,
Sin haber contemplado la cosecha o la luna?
¿Las cosas como son han sido destruídas?
¿Soy un hombre que ha muerto en una mesa
En la que se ha enfriado el alimento?
¿Mi pensamiento una memoria, no viva?
¿Es la mancha en el suelo vino o sangre
De cualquiera, o quizá míos?
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XX
¿Qué hay en la vida excepto las propias ideas,
Buen aire, buen amigo, qué hay en la vida?
¿Las ideas en que creo?
Buen aire, único amigo mío,
Creer sería un hermano colmado
De amor, creer sería un amigo,
Más amigo que mi único amigo,
Buen aire. Pobre, pobre guitarra pálida...
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XXII
La poesía es el tema del poema.
De esto nace el poema y a esto
Vuelve. Entre ambos,
Nacimiento y retorno,
Hay una ausencia de realidad,
Las cosas como son. O así lo decimos.
¿Pero están separados? Es una ausencia
Para el poema, que recibe
Así su verdadera faz, verde de sol,
Rojo de nube, tierra que siente, cielo que piensa.
De éstos toma. Tal vez da
En reciprocidad universal.
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XXVIII
Soy un nativo de este mundo
Y pienso en él como en cosas nativas,
Gesu, no nativo de una mente
Que piensa pensamientos que llamo yo mismo,
Nativo, un nativo del mundo
Y pienso en él como nativo.
No sería una mente, la ola
En que ondean las húmedas hierbas
Y sin embargo fijas como en fotografía,
El viento en el que flotan hojas muertas.
Aquí aspiro una fuerza más profunda
Y como estoy, y hablo y me muevo,
Las cosas son como pienso que son
Y digo que están en la guitarra azul.
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Wallace Stevens. El hombre de la guitarra azul. (1937)

N. Poussin. Paisaje en calma. (1651)