Qué fácil no saber nada, qué fácil andar a tientas, qué fácil ser engañado y no digamos mentir, algo sin mérito y al alcance de cualquier tonto, es curioso que los embusteros se crean listos y hábiles, cuando para eso no hace falta la menor habilidad. Cuando se nos dice puede ser y no ser, lo más decisivo y lo más indiferente, lo más inocuo y lo más crucial, lo que afecta a nuestra existencia y lo que ni siquiera le toca de refilón. Podemos vivir en un continuado erro, creer que tenemos una vida comprensible y estable y asible y encontrarnos con que todo es inseguro, pantanoso, inmanejable, sin asentamiento en tierra firme; o todo una representación, como si nos halláramos en el teatro convencidos de estar en la realidad y no nos hubiéramos dado cuenta de que se apagaban las luces y se levantaba el telón y de que además nosotros estábamos sobre el escenario y no arriba ni abajo entre los espectadores, o en la pantalla de un cine sin poder salirnos, atrapados en la película y obligados a repetirnos a cada nueva proyección, convertidos en celuloide y sin capacidad para alterar los hechos, el argumento, la planificación ni el punto de vista ni la luz, la historia que alguien decidió que fuera para siempre como es. Uno se da cuenta, en la propia vida, de que hay cosas tan irreversibles como una historia ya vista o leída, es decir, ya contada; cosas que nos conducen por un camino del que apenas nos es posible apartarnos o en el que a lo sumo se nos permite improvisar, quizá sólo un gesto o un guiño inadvertidos; al que debemos atenernos incluso para intentar escapar, porque sin haberlo querido ya estamos en él y condiciona nuestros movimientos y nuestros envenenados pasos, para seguirlo o para huir, tanto da. Lo cierto es que transitamos por él en contra de lo que creíamos y de nuestra voluntad, alguien nos ha metido en él y ese alguien...
Javier Marías. Berta Isla