miércoles, 29 de abril de 2015

DEFINICIÓN DE LA NADA



  " ¿ Y ahora?" - se preguntó Gregor y miró a su alrededor en medio de la oscuridad. Al poco tiempo hizo el descubrimiento de que no se podía mover. No se sorprendió, más bien le resultó algo antinatural que se hubiera podido mover hasta ese momento con aquellas patitas tan delgadas. Por lo demás, se sentía relativamente cómodo. Notaba, es cierto, dolores por todo el cuerpo, pero le parecía como si fueran cada vez más débiles y como si, finalmente, fueran a desaparecer. Apenas sentía ya la manzana podrida en su espalda y el entorno infectado, cubierto completamente de una tenue capa de polvo. Pensaba en su familia con amor y emoción. Su opinión de que tenía que desaparecer era quizás en él más decidida que en su hermana. Permaneció en ese estado pensativo, vacío y pacífico, hasta que el reloj de la torre dio las tres de la madrugada. Aún pudo ver el clarear del amanecer por la ventana. Luego, su cabeza se hundió involuntariamente, y de las ventanas de la nariz se escapó, débil, su último suspiro.

Franz Kafka. La metamorfosis





  Seguía haciéndome más pequeño, ¿hasta cuándo? ¿ Hasta llegar a lo infinitesimal? ¿ Qué era yo? ¿ Seguía siendo un ser humano o era el hombre del futuro?  Qué próximos están lo infinitesimal y lo infinito. De pronto comprendí que en realidad eran los dos extremos de un mismo concepto. Lo increíblemente pequeño y lo increíblemente grande se encuentran en un momento dado para cerrar un gigantesco círculo. Sentí como si pudiera abrazar el cielo, el universo...y en ese momento conocí la respuesta del enigma de la respuesta del infinito. Hasta entonces había pensado dentro de la limitada dimensión humana, que la existencia tiene un principio y un fin, es un concepto humano no divino, sentí que mi cuerpo disminuía, se disolvía, se convertía en la nada, desapareció el miedo y se convirtió en aceptación... toda la majestuosa grandeza de la creación tenía que tener un significado... y yo, sí, yo el más pequeño de los pequeños, tenía un significado. Para Dios el cero no existe, yo sigo existiendo.

El increíble hombre menguante. 1957



martes, 28 de abril de 2015

La rosa de las noches





  Todas las noches de mi vida, hasta el alba,
sin llegar nunca a nadie,
en ciudades distintas, los ojos en acecho,
son  una turbia rosa negra.
Se cumple así la sed que concedo a la carne,
esta  difusa espera, que es la fidelidad de mis cansancios,
o el encuentro de alguna luz pequeña que se abate,
tras del furor, en las cansadas sábanas.
Allí donde los cuerpos se nutren de reposo
que no es mortal aún,
 en esa hora tan dura
en que la luz es agria, es una ciega rosa blanca.


  Todas las noches de mi vida, envejeciendo,
son una infame rosa negra,
son una rosa negra y solitaria,
una encantada y desvalida rosa.
Si volviera a vivir, yo quisiera aspirarla
de nuevo sin piedad,
pues por ella existí, aunque me devorase.

  Yo miraba los astros, su hermosura
y nada aquel  espejo  reflejó
que a él se asemejase:
sólo la quemadura del vivir,
que aun sin fulgor pecado, yo sé que existe.

  Todas las noches de mi vida,
                                                 también las que  vendrán,
son una iluminada rosa negra,
un secreto esplendor que aun no es ceniza
y nadie puede ver,
y que este ciego roza
lleno de ardor, con Las manos tendidas.



DONDE EL AMOR SE ACABA

  Suavísima materia cenicienta
que, desde la sequedad,
perdura en la memoria de sí misma,
y  puede sentir  aún la luz
del sol, cayendo entre los mármoles desiertos,
ya nunca más de él,
y esta débil nostalgia de volver a la carne,
de ser de nuevo el sueño
que sufría.

   Hubo una vez un sueño
y existía el amor, mordía el desamor,
y ese sueño es la vida:
un imposible siempre.

  ¿Y  por qué este misterio que habita las cenizas?
Que nunca llegue el hálito de Dios
o del Azar,
y sople en la materia
donde el amor se acaba todavía.
Y si ha de suceder
que sea el dedo humano el que la extinga,
cesándola en la luz,
destejida en el Tiempo.


DESAPARICIÓN DE UN PERSONAJE EN EL RECUERDO

  Reposa el huerto anclado en el otoño,
y miro el valle en luz que da en el mar.
El sol, dormido y leve, se asemeja
al rostro que yo amé, pues fuera así  de hermoso
mirarlo ahora.
Van llamando los años en mi cuerpo,
y los voy alojando con incomodidad,
vanos y numerosos. Se tienden en mi cama,
manchan mi soledad, hastían mi figura en los espejos.
No vivo con quien quiero. Tú no estás.
¿En dónde te has quedado? ¿Quién contempla,
como si sólo tú fueses el tiempo,
tu luz o tu presencia?
Me esfuerzo por salvarte, y es en vano:
borraste la sonrisa, el oro decaído
del cabello, se negaron los labios,
me rechazaste el tacto, no perduran
ni línea ni calor en la memoria.
Así me han fatigado de mis huespedes extraños.

Un  día no serás, y nunca el mundo
sabrá que pudo ser siempre más bello 
con sólo retenerte .Yo soy ese testigo 
que canta, sin furor, tanta demencia.
Soy ya  quien ha vivido
la desventura de tu muerte. Eso que nadie,
ni tan  siquiera tú, sospecha que ha ocurrido.




LA DIMISIÓN DEL TESTIGO

Y cómo he madurado. Bajo esta luz ya muerta
soy el otoño. Hay una luz, que es frío,
                                                              negra, negro.
  Aguardaban mis ojos aquí que el cielo fuera brasa
y siempre aparecían los astros, puros, vivos,
en el mismo lugar (y antes que el hombre fuera
y que fuese la flor y el ave),
con la exacta hermosura de lo eterno nacido.
Nada importaba entonces pasar.
La luz  permanecía  y era eterna.
La juventud del mundo, su gozoso latido,
daba en sí testimonio de mi vida.
¿Quién podria apagar las llamas de mis ojos?
Destellaba el vivir,
y yo testimoniaba la existencia.

  Ahora miro este cielo
y veo que su luz también ha envejecido.
Los Astros no eran jóvenes. Ni eternos.
Y  no he testificado,
con mi vivir, ninguna permanencia.
  El espíritu negro me dará su cobijo,
y el Espíritu blanco, naciendo de él, conocerá la esencia de la 
  Luz,
 su Inexistencia.

Francisco Brines.