domingo, 24 de mayo de 2015

Hay mucha angustia en la oscuridad del remordimiento, en el calabozo de lo irreparable.

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Aquí está la persona que necesito.¡Hola, persona! No me oye.
  Tal vez si existiera el futuro, concreta e individualmente, como algo que un cerebro superior pudiera discernir, el pasado no sería tan seductor: sus exigencias estarían equilibradas por las del futuro. Entonces las personas podrían sentarse a horcajadas en el centro del balancín cuando examinaran este o aquel objeto. A lo mejor sería divertido.
 Pero el futuro carece de semejante realidad ( como la poseen el pasado que nos representamos mentalmente o el presente que percibimos); el futuro no es más que una figura retórica, un espectro del pensamiento.
  ¡Hola, persona! ¿ Qué ocurre? No tires de mí. No le estoy molestando, de veras. Oh, de acuerdo.
 Hola, persona... ( por última vez, en voz muy baja).
 Cuando nosotros nos concentramos en un objeto material, sea cual fuere su situación, el acto mismo de la atención puede provocar nuestra caída involuntaria en la historia de ese objeto. Los principiantes han de aprender a deslizarse apenas sobre la materia si quieren que la materia permanezca en el nivel exacto del momento. ¡ Cosas transparentes, a través de las cuales brilla el pasado!
  Resulta especialmente difícil mantener en un enfoque superficial los objetos artificiales o naturales, inertes en sí mismos, pero muy utilizados por seres vivos despreocupados ( usted piensa, y con toda razón, en una piedra en la ladera de un cerro sobre la que se ha deslizado una multitud de animalillos en el curso de incalculables estaciones): los principiantes atraviesan la superficie, tatareando alegremente para sus adentros y pronto se recrean con infantil abandono en la historia de esta piedra, de ese brezo. Me explicaré. Una ligera película de realidad inmediata se extiende sobre la materia natural y artificial, y quienquiera que desee permanecer en el ahora, con el ahora, sobre el ahora, debe tener cuidado de no romper esa película. De lo contrario, el inexperto taumaturgo ya no se verá andando sobre las aguas, sino descendiendo verticalmente entre peces que le contemplan asombrados. Más dentro de un momento.

VLADIMIR NABOKOV. Cosas transparentes







   Me gustaría contar la historia que conté por primera vez a Michelle Porte, que había rodado una película sobre mí. En aquel momento de la historia, me encontraba en lo que se llamaba la despensa, en la "casita" con la que comunicaba la casa. Estaba sola. Esperaba a Michelle Porte en la mencionada despensa. Con frecuencia me quedo así, sola, en esos lugares tranquilos y vacíos. Mucho rato. Y fue en aquel silencio, aquel día, cuando de repente, en la pared, muy cerca de mí, vi y oí los últimos minutos de la vida de una mosca común.
  Me senté en el suelo para no asustarla. Me quede quieta.
  Estaba sola con ella en toda la extensión de la casa. Nunca hasta entonces había pensado en las moscas, excepto para maldecirlas, seguramente. Como usted. Fui educada como usted en el horror hacia esa calamidad universal, que producía la peste y el cólera.
  Me acerqué para verla morir.
  La mosca quería escapar del muro en el que corría el riesgo de quedar prisionera de la arena y del cemento que se depositaban en dicha pared debido a la humedad del jardín. Observé cómo moría una mosca semejante. Fue largo. Se debatía contra la muerte. Duró entre diez y quince minutos y luego se acabó. La vida debió acabar. Me quedé para seguir mirando. La mosca quedó contra la pared como la había visto, como pegada a ella.

 Me equivocaba: la mosca seguía viva.
  Seguí allí mirándola, con la esperanza de que volviera a esperar, a vivir.

  Mi presencia hacia más atroz esa muerte. Lo sabía y me quedé. Para ver. Ver cómo esa muerte invadiría progresivamente a la mosca. Y también para intentar ver de dónde surgía esa muerte. Del exterior, o del espesor de la pared, o del suelo. De qué noche llegaba, de la tierra o del cielo, de los bosques cercanos, o de una nada aún innombrable, quizás muy próxima, quizá de mí, que intentaba seguir los recorridos de la mosca a punto de pasar a la eternidad.

  Ya no sé el final. Seguramente la mosca, al final de sus fuerzas, cayó. Las patas se despegaron de la pared. Y cayó de la pared. No sé nada más, salvo que me fui de allí. Me dije: " Te estás volviendo loca". Y me fui de allí.

  La muerte de una mosca: es la muerte. Es la muerte en marcha hacia un determinado fin del mundo, que alarga el instante del sueño postrero. Vemos morir a un perro, vemos morir a un caballo, y decimos algo, por ejemplo pobre animal... Pero por el hecho de que muera una mosca, no decimos nada, no damos constancia, nada....

MARGUERITE DURAS. ESCRIBIR