sábado, 27 de febrero de 2016



Todo es saqueado, traicionado, vendido.
La gran ala negra de la muerte raspa el aire,
la miseria roe hasta el hueso.
¿ Por qué no desesperamos entonces?

De día, desde los bosques circundantes, 
las cerezas insuflan el verano al pueblo;
de noche centellean galaxias nuevas
en los profundos cielos transparentes.

Y lo milagroso se acerca tanto
a las casas sucias y en ruinas;
algo que nadie conoce en absoluto
pero lleva siglos salvaje en nuestro seno.

       ANNA AJMÁTOVA, 1921




PRÓLOGO

Le contó lo siguiente: que siendo un niño fugitivo en un día tórrido durante la guerra, cruzando los patios de las vías de una ciudad derrotada, lo atrae un temblor procedente de las sombras de debajo del último vagón de un tren de carga que hay arrumbado en una vía muerta. El vagón de carga está en silencio. Apenas consigue distinguir el tentáculo parecido a una fina lengua que emerge por una rendija del suelo de madera y desciende lentamente en busca de algo que hay en el lecho de las vías. Se retira a toda prisa y desaparece a través de la rendija, sólo para reaparecer al cabo de un momento, descendiendo despacio, despacio, luego subiendo deprisa y bajando despacio, una y otra vez, hasta que, emitiendo un estridente PUM de metal impactado, el vagón arranca con una sacudida y la cosa se cae o bien la dejan caer y se queda allí abandonada. Y mientras el tren de carga abandona el patio de vías, él ve en un charco entre los raíles un viejo cinturón enrollado, con la hebilla resplandeciendo al sol como la cabeza de una serpiente mojada.

  Peter Matthiessen     En el paraíso