... Como si, al escribir ,cada línea que trazo en la página con el bolígrafo se cubriera de moho y cada página que dejo atrás, cubierta con mi escritura, se abarquillara, amarilleara y se retorciera hoja seca. Pero yo seguiría escribiendo igualmente cada vez más rápido, para que no me alcancen el desastre y la desgracia.
... Como si los puentes se derrumbaran a mi paso.
... Como si las estrellas explotaran después de caer dormido.
... Como si nuestra memoria fuera un osario.
... Como si nuestra mente fuera una campana resquebrajada.
Me pregunto si queremos todavía ser geniales siguiendo a Nabokov, venciendo miles de obstáculos a través de su sistema de galerías. ¿ No es más sencillo y más cómodo ver una película americana con un Bruce Willis al que cada vez le cuesta más morir? ¿ No es mucho más fácil hacer zapping en la tele y navegar por Internet, imaginando que somos gente de nuestra época y que así la vida se nos pasa perfumada y en tecnicolor como un sueño?
Los libros son como las mariposas. Habitualmente tienen las alas plegadas, como cuando las mariposas descansan sobre una hoja y desenrollan su trompa filiforme para sorber el agua de una gota de rocío. Cuando abres un libro, este echa a volar. Y tú con él, como si volaras en el cuello del plumón de una mariposa gigante. Pero el libro no tiene un único par de alas, sino cientos, clara señal de que te puede llevar no solo de flor en flor por este mundo glorioso, sino a centenares de mundos habitados. Algunos guardan gran parecido con el mundo en que vivimos, otros están habitados por seres que solo se muestran en sueños.
Siempre, cuando en el periodo irreal de las fiestas navideñas me levanto muy temprano y las ventanas están completamente heladas, y a través de su cristal deformado la nieve oblicua cae con saña, y yo estoy inquieto en la cocina con la luz encendida _ en algún sitio de las profundidades de la casa suena un despertador _ tengo la misma visión de lector maleado. Mientras bebo el café caliente, sueño con el Libro. Más descabellado que Cien años de soledad, más profundo que El castillo, más infinito que En busca del tiempo perdido. Imagino un gran equipo de escritores trabajando durante varias generaciones en un solo libro que se pueda leer desde la infancia, cuando empiezas a distinguir las letras, hasta el lecho de muerte, cuando ya no las distingues. Un libro que reemplace tu vida, pero sin los momentos, los días, los meses, los años monótonos de la vida. En la adolescencia, acurrucado en la cama, solía leer algunas veces desde la mañana hasta la noche, se me olvidaba comer y casi respirar porque las páginas _ que de hecho, casi no veía _ describían a gente de verdad, nubes de verdad, ciudades de verdad, pero cuando levantaba los ojos, no veía más que sombras desoladoras. Me daba cuenta de que anochecía solo cuando las páginas se volvían rojas como el fuego antes de tornarse cenicientas.
El drama de mi vida empezó después,cuando en vez del Libro me vi obligado a vivir la realidad. Me temo que de ahora en adelante nadie va a vivir en los libros, tal y como han hecho mi generación y las precedentes. Y que la utopía de la lectura quedará por ahí, en una colina lejana, como un gran laberinto en ruinas.
Recordé entonces que en la profundidad de nuestro cerebro existe una zona llamada Isla. Que todos tenemos una isla sumergida en las profundidades de la mente y que la buscamos desesperados, como el diamante fundido de nuestro ser. Que nosotros mismos, y nuestro mundo, estamos profundamente hundidos en la aguas del tiempo y de la memoria universales, como una Ada-Kaleh que nunca volverá a ser real.
MIRCEA CĂRTĂRESCU. El ojo castaño de nuestro amor