sábado, 21 de diciembre de 2024

Muchas veces olvidamos que pensar es una forma, la más delicada y sutil, de ver.

 

Es difícil entender hoy lo que decimos cuando hablamos de cultura, sobre todo si pensamos, por ejemplo, en expresiones como "cultura de masas". Parece que estamos aceptando opiniones y conocimientos que no solo sostienen un cierto conformismo con la ignorancia, sino que, de paso, asumen la imposibilidad de salir de ella, como si un aciago destino imperara irremediablemente sobre amplios sectores de la sociedad.


La interpretación es una empresa que, en principio, no quiere decir otra cosa que la continuada y estimulante- deprimente, a veces- necesidad de saber quiénes somos, qué podemos hacer y cuáles son nuestros deberes para con nosotros mismos y para con los demás, tal como planteaba Kant en un famoso texto. No podemos estar en la vida sujetos al ritmo inerte en el que muchas veces nos sumergimos y en el que acabamos siendo incapaces de entender y entendernos. Esa incapacidad surge porque una serie de estímulos, repetidos a lo largo de los años, fruto de ideologías, entorpecimientos mentales, fanatismos e intereses, han levantado en nuestro cerebro grumos de opiniones en los que apoyamos nuestros comportamientos y con los que los justificamos.

   Es verdad que hay en el mundo que nos ha tocado vivir lagunas inmensas de ignorancia y miseria sobre las que apenas pueden liberarse las formas imprescindibles de humanización y progreso. Pero esas patologías sociales a las que millones de seres humanos nacen condenados no impiden que, además de luchar para hacer imposible esas situaciones, seamos capaces de descubrir, al mismo tiempo, ese horizonte de libertad que alcanzaron determinadas culturas fundadas en la curiosidad, en la inteligencia e interpretación de la realidad y en la rebelión ante todo aquello que agrumaba la capacidad de pensar.

  Entender e interpretar la vida y la sociedad fue una forma de reflejar el lenguaje en el que nacemos y con el que se forja nuestra persona. Una necesidad, pues, de liberación de la mirada habitual sobre el mundo y, especialmente, sobre el lenguaje que nos lo dice. Alguna vez se ha escrito que, más que entre un mundo de cosas, nacemos en un mundo de significaciones. Y esas significaciones nos "destinan" ya a un universo de sentidos, de hábitos mentales, de actitudes y comportamientos.

  El fundamento del existir no solo consiste en asumir nuestra maravillosa condición carnal, por muy efímera que sea, sino en rebelarnos ante la condición cultural que puede transformarse en naturaleza a su vez, pero no naturaleza como libertad, idealidad, creatividad, sino en naturaleza coagulada y paralizada en opiniones y falsificaciones. El mundo mental que nos habita y que es principio de liberación puede transformarse, así, en encierro y alienación.  Precisamente porque la cultura es invento de los seres humanos y por ello tiene que estar continuamente en un proceso de crítica, de reflexión y de creación no se debe aceptar esa inercia que nos cosifica y anula, que nos "naturaliza" en el peor sentido de la palabra. Quiero decir que hace de la libertad que crea y forja el mundo de la cultura un organismo coagulado ya en comportamientos mecánicos, en respuestas monocordes donde predominan prejuicios, grumos mentales y todo ese aparato de reflejos condicionados que determinados poderes políticos y económicos, los medios de comunicación, la "mala educación", son capaces de engendrar.

EMILIO LLEDÓ. Los libros y la libertad.


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martes, 17 de diciembre de 2024

 




1. LA ERA DE LA ANSIEDAD


Según todas las apariencias externas, la vida es una chispa luminosa entre dos oscuridades eternas. Tampoco el intervalo entre esas dos noches es un día sin nubarrones, pues cuanto más capaces de experimentar placer, tanto más vulnerables somos al dolor y, ya sea en segundo término o en primer  plano, el dolor siempre nos acompaña. Nos hemos convencido de que la existencia  vale la pena por la creencia de que hay algo más que las apariencias externas, que vivimos para un futuro más allá de la vida presente, puesto que el aspecto exterior no parece tener sentido. Si vivir es acabar con dolor, falta de integridad y el regreso a la nada, parece una experiencia cruel y fútil para unos seres que han nacido con la capacidad de razonar, abrigar esperanzas, crear y amar. El hombre, ser juicioso, quiere que su vida tenga sentido, y le cuesta trabajo creer que lo tiene a menos que exista un orden externo y una vida eterna tras la experiencia incierta y momentánea de la vida mortal.

  Quizá no se me perdone que presente temas serios con una disposición frívola, pero el problema de encontrar sentido al caos aparente de la experiencia me recuerda mi deseo infantil de enviar a alguien un paquete de agua por correo. El destinatario quita el cordel y desencadena un pequeño diluvio sobre su regazo. Pero el juego nunca sería efectivo, dado que es irritantemente imposible envolver y atar medio litro de agua en un paquete de papel. Hay tipos de papel que no se deshacen cuando está húmedos, pero el problema estriba en lograr que el agua adopte una forma manejable y en atar el cordel sin  que el bulto reviente.

  Cuanto más estudiamos las soluciones que se han intentado aplicar a los problemas en política y economía, arte, filosofía y religión, más aumenta nuestra impresión de que esa gente extremadamente dotada está aplicando de un modo inútil su ingenio a la tarea imposible y fútil de empaquetar el agua de la vida, haciendo unos paquetes pulcros y permanentes.

  Hay muchas razones por la que esto debería ser especialmente evidente a quienes vivimos hoy. Sabemos mucho de historia, de todos los paquetes que sed han atado y que en su momento se han deshecho. Conocemos con mucho detalle los problemas de la vida que se resisten a una simplificación fácil y que parecen más complejos y amorfos que nunca. Además, la ciencia y la industria han aumentado den tal modo el ritmo y la violencia de la vida, que nuestros paquetes parecen deshacerse con mayor rapidez cada día que pasa.

  Tenemos, pues, la impresión de vivir en una época de inseguridad desusada. En los últimos cien años se han perdido numerosas tradiciones que estuvieron en vigor durante mucho tiempo: tradiciones de vida familiar y social, de gobierno, del orden económico y de creencias religiosas. A medida que transcurren los años, parece que cada vez hay menos rocas a las que podamos agarrarnos, menos cosas que podamos considerar como absolutamente correctas y ciertas, fijadas para siempre.

  Para ciertas personas esto representa una liberación de las trabas dogmáticas, morales, sociales y espirituales. Para otros es una ruptura peligrosa y temible con la razón y la cordura, y tiende a sumir la vida humana en un caos irremediable. Para la mayoría,  quizá, la sensación inmediata de liberación procura un breve alborozo, seguido por la ansiedad más profunda; pues si todo es relativo, si la vida es un torrente sin forma ni objetivo en cuya corriente nada absolutamente, excepto el mismo cambio, puede durar, parece ser algo en lo que no hay "futuro" y, por ende, no hay esperanza.

  Los seres humanos parecen ser felices sólo mientras tengan un futuro a la vista, ya sea el bienestar de mañana mismo o una vida eterna más allá de la tumba. Por diversas razones, cada vez son más las personas a las que les resulta difícil creer en esto último. Por otro lado, el futuro de bienestar inmediato tiene la desventaja de que cuando llegue ese mañana, es difícil disfrutarlo plenamente sin  alguna promesa de que habrá más. Si la felicidad siempre depende de algo que esperamos en el futuro, estaremos persiguiendo una quimera que siempre nos esquiva, hasta que el futuro, y nosotros mismos, se desvanece en el abismo de la muerte.

  En realidad, nuestra época no es más insegura que cualquier otra. La pobreza, la enfermedad, la guerra, el cambio y la muerte no son nada nuevo. En los mejores tiempos, la "seguridad" nunca ha sido más que temporal y aparente...


Alan Watts. La SABIDURÍA de la INSEGURIDAD. Mensaje para una era de ansiedad.

* el misterio de la vida no es un problema a resolver, sino una realidad a experimentar.