" Cada libro es un milagro _ decía Bill_ . Cada libro representa un momento en el que alguién se sentó en silencio ( y ese silencio forma parte del milagro, no te engañes), e intentó contarnos a los demás una historia.
Bud podía hablar sin fin de la esperanza de los libros, de la promesa de los libros. Decía que no era casualidad que un libro se abriera igual que una puerta. Además, decía, intuyendo una de mis neurosis, los libros podían usarse para poner orden al caos. A mis catorce años, era más vulnerable que nunca al caos. Mi cuerpo estaba creciendo, le salía pelo por todas partes, se agitaba con unos deseos que yo no comprendía. Y el mundo, más allá de mi cuerpo, parecía igualmente volátil y caprichoso. Mis días estaban controlados por profesores, mi futuro estaba en manos de la herencia de mi sangre y la suerte. Sin embargo, Bill y Bud me prometían que mi cerebro era mío y que siempre lo sería. Decían que al optar por los libros adecuados, y al leerlos despacio, cuidadosamente, siempre podría mantener, al menos, el control de aquello...
- ¿ Me dejas que te diga una cosa?- me preguntó el cura-. ¿ Sabes por qué Dios inventó a los escritores? Porque le encantan las buenas historias. Y las palabras le traen sin cuidado. Las palabras son las cortinas que colgamos entre Él y nuestro verdadero Yo. Tú intenta no pensar en las palabras. No te esfuerces en buscar la frase perfecta. Eso no existe. Escribir es cuestión de adivinar. Cada frase es un tanteo educado, tanto del lector como tuyo. Piénsalo así la próxima vez que metas una hoja de papel en la máquina de escribir.
- ¿ y quién podía pedirle más a la vida?- no necesitaba ni quería nada.
J.R Moehringer. El bar de las grandes esperanzas.