lunes, 23 de febrero de 2015

El caudillo de las desapariciones premia al país donde los balazos son éstos... Juan Gelman




LA MORDAZA

SIEMPRE es lo mismo.
Siempre son los mismos.
Aunque hablan mucho y maniobran mucho,
no se les ve, ni se les oye, ni se les siente;
aunque hablan demasiado
no comunican nada
esencial, y es mucho lo que logran
por lo mucho que mienten.

Odres de hipocresía que, desde sus refugios
de poder, un siglo y otro siglo,
un día y otro día, van poniendo mordazas.
Aprietan muy despacio, muy despacio a la víctima;
con gran tenacidad insisten, y se extrañan
de que teniendo todo el cuerpo lleno 
de cuchilladas, éstas ya no sangren,
de que el que muerde la mordaza aún
respire, y respire,
y no muera.


Incluso cuando éste se agita exasperado,
pues le tienen atados las manos y los pies,
a veces logra escribir palabras
que ya nadie comprende.
Son sólo signos, símbolos, aullidos
que escapan del gran búnker de hormigón
en el que tienen enterrado,
a lo largo del tiempo, el  espíritu.

  Quieren con la mordaza
imponer un silencio absoluto, un silencio
que, sin embargo, traspasa los muros,
se torna en un clamor que todos oyen.
Lo asfixian y lo asfixian,
mas no calla, pues de tanto callar
se oyen sus silencios como gritos.

  Siente su boca sellada con cuero,
siente cómo le aprietan
más y más las correas en su nuca.
Como un nudo de hierro siente en la nuca el odio.
Y todos se preguntan cómo ese silencio
del amordazado
aún logra resistir
 la vesania del amordazador.

TIEMPO Y ABISMO. Antonio Colinas



XIII

Llegan los ruidos de la muerte cotidiana/ México/Irak/ Pakistán/Afganistán/ Yemen/ Somalia. Me miro sin explicaciones/ soy el asesino y el asesinado.Adiós, candor, los restos de la infancia están pálidos/ no hay qué darles de comer. La belleza de un pájaro dormido me trae agonías y ruego al pájaro que duerma. Sin árboles de hermosura corpórea, sin largos días de mayo.


                                                 Fotografía de Manu Brabo

XIV

La cárcel de la feria no tiene puertas de diamante ni candados de oro. La pena, el hambre, la infamia, la tristeza, hasta la misma muerte/ se pasean a dedos del jilguero que cae malherido. Te olvidaste del odio, la resignación, la furia, Baltasar. Las disciplinas de la humillación enfrían la vía pública y no soplan vientos de salud, los contratos posibles del encuentro entre los miedos del espíritu y los colores de una garza. La dignidad canta músicas flacas/ párpados de arena/ le clavan la fuente de la sangre. La indignación olvida sus fulgores. Vida, qué te hacen, vida, sola ahí, sin techo ni parabólicas, en la evaporación de cualquier sueño.



XXII


  El capitalismo se olvidó de la fiesta... Se ampara en oro ajeno y trabaja eternidades que no existe.

XVI

El temor normaliza el peligro cuando/ el asesino recorre calle a calle/ la lengua guarda todo lo que falta/ mujer primera que apedrearon/ la incertidumbre/ las ideas en un lugar sin número. Hay voces de las que nadie sabe nada/ una hoz las segó. Patrias en las que nacimos y no nacimos nos juntan con lo que siempre fueron/ crueldad colgada del pavor.

JUAN GELMAN. HOY




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