Cuentos de Tokio. 1953
Y así, nuestras búsquedas, nuestros proyectos o trabajos nos quitan de ver los rostros que luego se nos aparecen como los verdaderos mensajeros de aquello mismo que buscábamos, siendo a la vez, ellos, las personas a quienes nosotros debiéramos haber acompañado o protegido.
¡Qué poco tiempo le dedicamos a los viejos! Ahora que yo también lo soy, cuántas veces en la soledad de las horas que inevitablemente acompañan a la vejez, recuerdo con dolor aquel último gesto de su mano y observo con tristeza el desamparo que traen los años, el abandono que los hombres de nuestro tiempo hacen de las personas mayores, de los padres, de los abuelos, esas personas a quienes le debemos la vida. Nuestra "avanzada" sociedad deja de lado a quienes no producen. ¡ Dios mío!, ¿ dejados a su soledad y a sus cavilaciones!, ¿ cuánto de respeto y de gratitud hemos perdido! ¿ Qué devastación han traído los tiempos sobre la vida, qué abismos se han abierto con los años, cuántas ilusiones han sido agostadas por el frío y las tormentas, por los desengaños y las muertes de tantos proyectos y seres que queríamos!
Mientras les escribo, vuelve la imagen de mi madre, a quien dejé tan sola en sus últimos años. Hace tiempo escribí que la vida se hace en borrador, lo que indudablemente le da su trascendencia pero nos impide, dolorosamente, reparar nuestras equivocaciones y abandonos. Nada de lo que fue vuelve a ser, y las cosas y los hombres y los niños no son lo que fueron un día. ¡ Qué horror y qué tristeza, la mirada del niño que perdimos!
ERNESTO SABATO
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